Día 27 de junio de 1898. Medio centenar de soldados españoles decidieron encerrarse en la iglesia de Baler, que era la única construcción de piedra de esta localidad, en la entonces provincia española de Filipinas. Tomaron la decisión al ver que el pueblo quedó desierto trasladándose la población filipina a un campamento en la selva ya que ese hecho hizo temer el ataque de los insurrectos. El objetivo de los españoles era resistir manteniendo la posición y la bandera de España en lo alto del destacamento. Tres días después se produjo lo que todos esperaban; una patrulla formada por el teniente Martín Cerezo con 14 soldados sufrió el ataque de los independentistas filipinos. El cabo Jesús García Quijano cayó entonces herido
por un balazo en su pie izquierdo; sus compañeros le recogieron en volandas y ya de forma definitiva se encerraron durante prácticamente 11 meses, concretamente 337 días, en los que defendieron la posición del asedio protagonizando una gesta sin parangón. Cuando se cumplen 125 años del inicio del asedio a los incorrecta pero comúnmente reconocidos como ‘Los últimos de Filipinas’, el bisnieto alcalaíno del cabo García Quijano, el periodista Jesús Valbuena, vive con el objetivo de luchar contra el olvido y que los españoles conozcan la gesta protagonizada por aquellos soldados de los que sobrevivieron 33, entre ellos su abuelo al que la herida de bala le produjo una cojera de por vida.
La realidad es que siendo una gesta reconocida por los sitiadores y por los otros enemigos entonces de España, el ejército norteamericano –no hay que olvidar que Estados Unidos declaró la guerra a España en 1898- en España casi pasó desapercibida. Los 33 supervivientes, según relata en su libro ‘Más se perdió en Filipinas. La épica resistencia de los héroes de Baler’ fueron recibidos con calor popular pero con frialdad institucional.
El cabo García Quijano regresó a su pequeño pueblo de la sierra palentina, Viduerna de la Peña, donde siguió trabajando como agricultor hasta su muerte en 1947 siendo enterrado en una humilde sepultura. Conocedor a través de su familia de la historia de su bisabuelo Chus, el periodista complutense Jesús Valbuena se propuso hace tiempo luchar porque la gesta sea conocida por españoles del siglo XXI y que no caiga en el olvido.
Sí es cierto que el llamado Desastre del 98 con la pérdida de las últimas colonias del imperio español, las de Cuba y Filipinas, hizo que en España se corriera un tupido velo que a la postre ha sido definitivo para que la gesta de aquellos cincuenta españoles no sea muy conocida 125 años después a pesar de la película de 1945 ‘Los últimos de Filipinas’ y de la de 2016 titulada ‘1898. Los últimos de Filipinas’, ambas con matices discutibles en lo histórico. Sin embargo aquella gesta sirvió para que la edición en inglés del libro que escribió el teniente Saturnino Martín Cerezo, superviviente del asedio, fuera lectura obligatoria en las academias militares de Estados Unidos, entre ellas la famosa de West Point, por decisión del general brigadier estadounidense, Fred Funston, que estuvo al frente de las tropas americanas en la guerra de 1898 contra España y en la posterior contra Filipinas, y todo ello como un auténtico manual de resistencia militar.
Una gesta con consecuencias sin precedentes
El periodista Valbuena, autor de ese libro escrito íntegramente en Alcalá y guionista y director de un documental ‘Regreso a Baler’ que fue locutado por el cantautor Luis Eduardo Aute, nacido en Manila, y que se puede ver en la plataforma Vimeo, tiene muy claro que lo que hace grande la gesta de estos españoles que fueron mandados a la otra parte del mundo desde sus pueblos y aldeas para defender la provincia española de Filipinas es que tiene consecuencias sin precedentes en los libros de historia.
De hecho hay una primera reflexión que hace el investigador alcalaíno: “La historia de los descendientes de los héroes de Baler es una lucha contra el olvido sin más, es memoria histórica y es una historia que merece ser contada porque con sus valores se explica que un país colonizado como fue Filipinas haya declarado el 30 de junio como Día de la Amistad Hispano-Filipina y en él se conmemoran los fuertes vínculos entre la República de Filipinas y el Reino de España”. El 30 de junio de 1899 fue cuando el general Emilio Aguinaldo, presidente de la Primera República Filipina, emitió una orden por la cual se decretaba que los últimos soldados españoles que se habían atrincherado en la iglesia de Baler durante 337 días fueran tratados no como enemigos, sino como amigos, y que recibieran la asistencia necesaria para su retorno a España.
Fue el senador filipino Edgardo Angara el principal promotor del Día de la Amistad y para él aquel 30 de junio fue un día glorioso para ambos países, porque el sitio de Baler produjo héroes y victoria para ambas partes. En efecto si algo dejó la gesta es que no hubo ni vencedores ni vencidos. Los filipinos no dejaron de atacar y los españoles no se rindieron. Es más, incluso protagonizaron un inolvidable momento el 14 de diciembre de 1898 cuando los sitiados golpeados por la enfermedad del beriberi que les produjo una falta de vitaminas que estaba matando a alguno de los soldados, salieron de la iglesia y sorprendiendo a los sitiadores que vieron como los sitiados quemaban todas las casas de Baler e hicieron acopio de las naranjas que había en los naranjos del pueblo, hojas de calabacera y calabazas, productos que proporcionaron vitaminas que fueron decisivas para que los sitiados no fallecieran por el beriberi uno detrás de otro. Fue la última conquista del imperio español.
No hubo rendición sino capitulación
No hubo vencedores ni vencidos porque no hubo rendición sino capitulación. Los españoles salieron de la iglesia con toda la dignidad de quien ha resistido y recibieron, tal y como reconoce Jesús Valbuena, la magnanimidad de los supuestos vencedores que finalmente lograron su objetivo de la independencia. Esa magnanimidad fue la que se expresa en el decreto que firmó el líder de los insurrectos, Emilio Aguinaldo. Este les dio a los héroes de Baler lo que una España sumida en la depresión del 98 les negó, honor y reconocimiento recibiendo a cambio en su patria, olvido. Aquel decreto de Emilio Aguinaldo tiene frases inolvidables puesto que de esos héroes españoles dijo que se habían hecho “acreedores de la admiración del mundo” y que habían demostrado un valor solo propio “de los hijos del Cid y de Pelayo”.
Esa es precisamente la segunda reflexión del bisnieto del cabo Chus García Quijano, el humilde agricultor de un pueblo de la provincia de Palencia a quien dieron honores quienes lucharon contra su resistencia en la iglesia de Baler, unos honores que durante muchísimos años no tuvo en España más allá de la admiración de su familia. La reflexión de Valbuena es la de que “no hay precedente de un líder de un bando enemigo que declare amigos a los vencidos; los declara amigos y no prisioneros. Y no sólo son ensalzados por los rebeldes filipinos sino por los militares americanos en este conflicto poliédrico con tantas caras distintas, con una guerra entre los independentistas filipinos y los españoles, con una guerra entre españoles y estadounidenses y con una guerra entre Filipinas y Estados Unidos.
A partir de ahí las historias particulares de los héroes de Baler y su resistencia merecen no pocos guiones cinematográficos, novelas, documentales, relatos, siempre que se hicieran con objetividad y rigor histórico, porque Jesús Valbuena asegura que los historia cuando se politiza deja de ser historia para ser política.
El pozo
Los hechos que Jesús Valbuena narra en su libro realizado tras una profunda investigación en los archivos buceando en los expedientes de los supervivientes son un relato de aventuras, de épica. La preparación de los soldados españoles que al ver los movimientos de la población autóctona y después de haber sufrido dos asedios anterior, de mucha menor envergadura, decidieron hacer acopio de alimentos y materiales en la iglesia por lo que pudiera pasar.
Hay que hacer notar que después de que se enviara un destacamento de 400 soldados desde Manila perfectamente pertrechados de munición y de latas de carne australiana, cuando estos abandonaron Baler en una fase de apaciguamiento, se envió ese definitivo destacamento de 50 soldados que fueron los que protagonizaron la gesta en un sitio que duró eso 337 días.
Papel fundamental fue el que protagonizó el teniente médico Rogelio Vigil de Quiñones porque sus conocimientos y pericia impidieron que hubiera 33 supervivientes.
Entre muchas proezas está la del pozo. Cuando los soldados se encerraron en la iglesia de esta localidad filipina en la que se encuentra la espectacular playa en la que muchos años después se rodaron las escenas más famosas de la película Apocalipsis Now, tenían munición y armas para defenderse, y tenían carne para alimentarse, pero no tenían agua. Fue entonces cuando pensaron que en un lugar selvático y montañoso el agua de las abundantes lluvias tendría que estar cerca. Se les ocurrió cavar en un patio de la iglesia un agujero a pico y pala. A los cuatro metros encontraron agua dulce procedente de la sierra. Con un barril de vino hicieron el brocal de ese pozo que les dio la vida en lo que fue un auténtico ingenio español.
La historia tiene tantas aristas que siguen sorprendiendo a medida que se avanza en ella. Está la de los traidores que desertaron; está la de la audacia del teniente Saturnino Martín Cerezo, que en el momento de la capitulación pidió expresamente la entrega de armas para hacer el complicado viaje de Baler a Manila ante el temor de que armados fueron atacados por mucha escolta filipina que tuvieran. Además Martín Cerezo hubo de protegerse de los traidores que se habían pasado al bando rebelde y a los que interesaba que los héroes no llegaran a Manila.
También Jesús Valbuena destaca la historia de los religiosos que fueron enviados para convencer a los soldados españoles que salieran de la iglesia porque su resistencia no teníasentido ya que ellos desconocían que en pleno asedio y en el marco de la guerra de España con Estados Unidos, el gobierno español cedió por 20 millones de dólares la soberanía de Filipinas al país norteamericano en el Tratado de París. El hecho era real pero los sitiados no lo sabían y no tenía medios de tener una información fiable. Los religiosos Minaya y López, éste último de Pastrana, fueron enviados para convencerlos y al final se quedaron con los sitiados.
En fin, son muchas historias que han dado para varios libros y concretamente para el que nos ocupa en este reportaje, el de Jesús Valbuena, de 333 páginas, prácticamente las mismas que duró el asedio de la iglesia de Baler.
Pero sobre todo hay que culminar con esas jornadas de amistad hispanofilipina de 2019 a las que asistieron en Baler los descendientes de los héroes de Baler, tanto los españoles como los filipinos para conmemorar el 120 aniversario del final del asedio y la salida de la iglesia con honores de los soldados españoles. Ese día los descendientes españoles volvieron a salir de la iglesia con la bandera de España y con la escolta de soldados filipinos.
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