Alcalá, 24 de febrero.- La Compañía de Jesús tuvo su origen en Alcalá porque a la ciudad complutense vino San Ignacio de Loyola, su fundador, a formarse y a servir en el Hospital de la Fundación Antezana, viviendo aquí por primera vez en comunidad y sentando en su mente las bases de una nueva orden religiosa que él mismo fundaría, los jesuitas.
Esa fue la razón por la que la Compañía de Jesús fundó en Alcalá su Colegio Máximo integrándose en el entramado universitario creado por el Cardenal Cisneros. Por eso los jesuitas siempre encuentran en la ciudad complutense un lugar acogedor en el que las huellas de la Compañía fueron impresas hace mucho tiempo, prácticamente en su origen. Por ello el jesuita más reconocido en estos momentos, el Papa Francisco, pasó por Alcalá donde realizo entre 1970 y 1971 en centro de formación que tiene la Compañía en el colegio San Ignacio de Loyola la Tercera Probación de su noviciado, el último paso que afrontan los jesuitas para su ingreso definitivo en la orden.
Y finalmente esta es la razón de la visita obligada a Alcalá para recorrer la huella de San Ignacio de los alumnos del máster de espiritualidad ignaciana de la universidad pontifica de Comillas de los jesuitas en el campus de Cantoblanco.
El Máster en Espiritualidad Ignaciana (Máster Ignatiana) es un programa interdisciplinar que maneja con armonía la Historia, la Antropología, la Teología y los estudios sobre espiritualidad como perspectivas complementarias para una comprensión integradora del carisma ignaciano. Como parte del programa formativo, el pasado 9 de febrero se desarrolló la visita a Alcalá de Henares, descubriendo las huellas de San Ignacio de Loyola, con el Profesor Dr. Javier Cía, SJ como guía. El Profesor Javier Cía Blasco, del Departamento de Teología Moral y Praxis de la vida cristiana, es Doctor en Teología y experto en espiritualidad ignaciana.
A continuación, reproducimos la crónica de la visita de José Antonio Lama, SJ tomada de la página web de la Universidad de Comillas.
Alcalá nos recibió con lluvia, ¿bendición o mala suerte? Depende de dónde se mire. Nos encontramos el pasado viernes 9 de febrero a las 10 am en la puerta de la estación de trenes, caminamos pocos metros por la calle Pedro Laínez hasta la plaza del 11 de Marzo, ahí donde se encuentra una estatua en homenaje a los fallecidos por el atentado de las explosiones del 11M. Esta historia fue el punto inicial de nuestro peregrinaje interior. Hombres, mujeres y niños metálicos erguidos para evitar el desvanecimiento de la memoria. Comenzamos ahí nuestra lectura de la llegada de Ignacio a Alcalá en 1526 venido de Barcelona y con el objetivo de prepararse en teología y filosofía.
Nos dirigimos al hospital de Nuestra Señora de la Misericordia o de Antezana conocido como el hospitalillo, lugar donde Ignacio pasó casi un año. De camino, nos topamos con la iglesia de la Compañía abierta y el antiguo colegio. Contemplamos la fachada, por cierto, muy parecida a la de la Iglesia del Gesù en Roma y ahora soporte para el nido de al menos cinco cigüeñas. Entramos para saludar a nuestros santos y conocer el templo, o al menos la manera en la que fue reinventado después del saqueo de la guerra civil. Diez minutos más tarde nos encontrábamos ya en el hospitalillo, en donde una chica muy amable nos dio la bienvenida y nos ofreció aclarar cualquier duda que tuviéramos en cuatro idiomas diferentes, seguramente en respuesta a la multiculturalidad de nuestro grupo.
Ignacio se mudó al hospitalillo al poco tiempo de haber llegado a Alcalá. Este espacio brindaba ayuda a enfermos y funcionaba también como hospedería-refugio de peregrinos. El patio de arquitectura popular de tradición mudéjar se encuentra en buenas condiciones y alberga un pequeño museo que narra la historia del lugar y conserva un manuscrito del Cardenal Cisneros, fundador de la Universidad de Alcalá, que sin duda llamó nuestra atención. Al terminar una pequeña vuelta por el museo subimos a la cocina en donde posiblemente Ignacio colaboró y en donde seguramente se nutrió mientras ayudaba en otras labores de enfermería.
Nos permitieron celebrar la eucaristía en la capilla que fue realizada donde se encontraba la pequeña recámara de Ignacio. Ésta muestra sobre el altar una pintura de Ignacio con un escudo de la Compañía en la mano derecha y las constituciones en la mano izquierda. Al terminar la celebración tuvimos la fortuna de mirar un cuadro que recién había vuelto de una restauración, en el que se contempla a Ignacio sirviendo a los enfermos y luchando contra los demonios. Salimos al patio, lugar donde Iñigo impartía doctrina y ayudaba a la gente a examinar su conciencia y que curiosamente alberga un pozo con el escudo de la compañía. Quizá como analogía del espacio humanístico de donde Ignacio bebió la vida en sus primeros intentos de caminar junto con otros en el seguimiento de Jesús.
Al salir del hospitalillo nos dirigimos a la catedral, que nos recibió con una estatua del cardenal Cisneros junto con los Santos Niños Justo y Pastor, quienes fueron ejecutados durante la persecución del emperador romano Diocleciano por no apostatar y en cuyo lugar de martirio se construyó esta catedral. Visitamos las urnas que custodian sus restos y que se encuentran del otro lado de donde descansan los restos del cardenal Cisneros. Continuamos nuestro itinerario por los portales de la calle mayor para realizar una visita rápida a la casa de Cervantes y la fachada del Hospital de Santa María la Rica, primer lugar donde vivió Ignacio.
La copiosa comida del bacalao, los judiones y la ternera hicieron que recuperáramos las fuerzas para visitar la universidad de Alcalá. A pesar de la lluvia, quedamos sorprendidos por su increíble fachada, por la belleza de la antigua capilla que custodia la tumba vacía de Cisneros, cuyo estilo ostentoso contrasta con su pensamiento de austeridad, y por la majestuosidad del paraninfo, en donde aparece el nombre de varios estudiantes ilustres que pisaron sus aulas, entre los que se destaca el de Ignacio de Loyola.
Salimos por la puerta de los burros, que era utilizada para los estudiantes que no superaban los difíciles exámenes. De paso, la guía nos mostró al espacio que utilizaban de prisión para evitar la fuga de los estudiantes a los centros de diversión, cuya construcción ayudó a la expansión de la ciudad. Nos dirigimos a la Ermita Universitaria del Santísimo Cristo de los Doctrinos, en cuyo patio Ignacio solía charlar espiritualmente con otros y quizá por estas calles también, fueron fraguados los procesos canónicos en su contra, de los que saldría bien librado.
Dentro de la ermita, realizada en un estilo barroco castellano, oramos por un rato frente al Cristo de los Doctrinos, elaborado por el jesuita Domingo Beltrán, discípulo de Miguel Ángel. Después de agradecer en silencio lo compartido en el día, fuimos sorprendidos por un espectáculo de nubes rojizas, como en ocasiones ocurre después de una fuerte lluvia, que anunciaba la hora de retornar. Rumbo a la estación de trenes, visitamos en la calle Libreros lo que fue el colegio Máximo, ahora la facultad de Derecho de la Universidad de Alcalá. Ahí finalizamos nuestro peregrinaje con una fotografía grupal en su impresionante escalera. Sin duda, haber pisado las mismas piedras que Ignacio en Alcalá, nos seguirá siendo de ayuda en nuestro camino por entenderlo mejor.