La diócesis de Alcalá está presente en el centro complutense de acogida de inmigrantes. Según el delegado episcopal de migraciones, «los crucificados de nuestro tiempo no están aquí de turismo. Tampoco han venido a quitarnos el trabajo o a invadirnos»
Alcalá de Henares, 3 de agosto de 2024.- La diócesis de Alcalá de Henares, a través de su delegación diocesana de migraciones, está presente en el Centro de Acogida de Emergencia y Derivación que la Administración tiene en la ciudad complutense para atender a los migrantes que llegan en cayucos a Canarias y que se reparten en distintos puntos de España. Este centro está situado en el acuartelamiento Primo de Rivera.
Según explica Francisco Javier Martínez, delegado de migraciones de la diócesis de Alcalá, en declaraciones concedidas a la revista Vida Nueva, el tratar de ser «un espacio para el encuentro» ha sido el santo y seña de la delegación, como demuestra también «el objetivo de reunirnos con todas las capellanías presentes en nuestra diócesis, conociendo de primera mano la situación de hermanos nuestros como los que conforman la comunidad africana, la china y la ucraniana, compartamos o no nuestra fe religiosa».
La delegación diocesana de migraciones fue creada por Mons. Antonio Prieto Lucena, obispo de Alcalá de Henares, el pasado 8 de enero de 2024. Su objetivo es trabajar en favor de la acogida, la protección, la promoción y la integración de todas aquellas personas que se ven forzadas a dejar su lugar de origen porque les resulta imposible vivir con dignidad.
«Ofrecemos clases de español con profesionales de Cáritas; algo muy valorado por los internos, que saben que dominar el idioma les abre muchas puertas de cara a su integración. Y el próximo curso prestaremos también asesoramiento jurídico y psicológico«, indica Martínez en Vida Nueva.
El delegado de migraciones de la diócesis de Alcalá destaca que «reconforta mucho ver a tantas personas que se ofrecen a ayudar en lo que haga falta. Son muchos buenos samaritanos que escapan a esos discursos de confrontación que criminalizan a quienes, al fin y al cabo, son los más vulnerables y están al pie de la cruz. Los crucificados de nuestro tiempo no están aquí de turismo. Tampoco han venido a quitarnos el trabajo o a invadirnos… No vendrían aquí si en sus países hubiera paz, comercio justo o un desarrollo laboral y académico… No huirían desesperados si nuestras multinacionales o la industria de las armas no destrozaran su tierra».