En la muerte de Benedicta Martín Sobrino, por José María San Luciano
Alcalá de Henares, 14 de julio de 2025.- Benedicta Martín Sobrino, “Bene” como se la conocía en familia, o “Abuela Bene” como se le ha llamado desde hace más de cincuenta años cuando obtuvo el galardón de conocer a su primer nieto, falleció en la soleada y calurosa mañana del 11 de julio. Contaba con 102 años cumplidos el pasado 29 de junio.
Es sabido que era la viuda de Eusebio Palenzuela Velázquez, profesor de tantos alumnos alcalaínos de la segunda mitad del siglo XX, tanto en los colegios de San Ignacio, los femeninos de escolapias y filipenses, Instituto Complutense de Enseñanza Media y sobre todo en las clases particulares que impartiría en su casa a lo largo de tantos años. Por otra parte, era hermana de Antonio Martín Sobrino, propietario y director que fue del afamado en su época colegio de Santo Tomás en las dos sedes que tuvo en el nº 9 de la calle de Escritorios y en el edificio del antiguo Hotel Cervantes en la Plaza Mayor de esta ciudad. Por tanto era persona que por su familia de sangre así como por la que formaría mediados sus veinte años tuvo una gran relación con el mundo de la enseñanza alcalaíno.
Eusebio y Benedicta comenzaron a formar una familia en 1947 comenzando a dar sus frutos en el año siguiente y concluyendo éstos diecisiete años más tarde, creando una prole de nueve hijos, siendo en la ciudad un conjunto más que conocido, entre otras muchas cosas, todas ellas buenas, precisamente por el número de descendientes, pues la cantidad no era ciertamente común.
Hace años, el titular de la parroquia sita en la antigua iglesia de Jesuitas me comentaba que venía de asistir a una persona en sus últimos momentos y que la familia le había dicho, ven que la abuela se está apagando. Me gustó la frase y la traigo a colación aquí porque eso ha sido, ni más ni menos, lo que ha ocurrido con Bene, haciendo la obligada mención de que en este caso la vela era un auténtico cirio pascual, alto, grueso, enhiesto, bien colocado en su candelero, sin posibilidad de torcerse, bien presente a la vista de todos, proyectando su luz a todo cuanto lo rodeaba. Después de haber tenido una vida que ha sido respetada en términos generales por las enfermedades, hace ahora veinte años le sobrevino un ictus que la sentó en una silla de ruedas paralizándola la parte izquierda de su cuerpo.
Para su fortuna su cabeza se mantuvo hasta el final de sus días con una lucidez digna de mérito. Este año de 2025, pronto comenzaron las subidas al Hospital. Han sido varias y cada vez con peores diagnósticos, el cirio estaba llegando a los últimos estertores de su cera, y todos sabíamos que no había ya más que la que ardía, hasta su consumo final.
Ha sido una persona fuera de lo común en muchos aspectos. Desde el punto de vista físico la mella de nueve partos, más algún otro que se estropeó, El impacto del ictus en una residencia veraniega de la sierra de Madrid sucedido en el momento en que se retiraba a descansar, notándolo se dejó caer al suelo con lentitud, golpeando la pared para que en la habitación contigua alguien la oyera y llamara a las asistencias. La fuerza de voluntad, acompañada del espíritu de sacrificio y arrojo para intentar abandonar la silla de ruedas, la impelía solicitar a diario ser ayudada a llevar a cabo cuantos ejercicios físicos fueran necesarios para poder andar con muletas. La inevitable caída en uno de ellos motivaría el reconocimiento de lo que decía el torero “lo que no puede ser no puede ser y además es imposible”.
Este impacto en su vida, al parecer no fue suficiente y Dios la puso a prueba con otro desde el punto de vista anímico, aún más agudo. Desde 2018 a 2022, siendo ya viuda desde hacía doce años, cuando contaba entre 95 y 99 años, en cuatro escasos años vio como fallecían cuatro de sus hijos, los dos mayores, la cuarta y el octavo. Es difícil entender cómo pudo soportar tanto dolor y lo hizo, dando nuevo ejemplo de lo que debía hacerse ante tanto desastre, y siendo la primera en estar y presidir cuanta ceremonia se celebrara.
Su carácter, castellano de pura raza. Nacida en La Fuente de Santa Cruz, villa segoviana lindante con Valladolid, sus primeros años transcurrirían ahí hasta que pasada la contienda civil e ingresado su hermano en el seminario madrileño, se trasladaría a Madrid a trabajar en el servicio doméstico. Curiosamente en las visitas a dicho centro diocesano, allá por Las Vistillas, coincidiría con una persona que también iba a visitar a un hermano, aspirante igualmente a la carrera eclesiástica. Era Eusebio, su futuro marido, quien visitaba a su hermano Antonio, que llegaría a ser Obispo de Segovia.
Uno de sus principales principios y valores era el de trabajar sin descanso, a diario y sin tregua, inculcándolo a su alrededor primero con el ejemplo, después con la constancia, más tarde en la ayuda en lo que hiciera falta, sin negarse a nada hasta que sus fuerzas ya no fueron capaces de poder realizarlo. Y bien que lo sintió. Nunca le daremos las gracias suficientes los padres de sus nietos, y han sido éstos unos cuantos, por las noches y días completos que se quedó con ellos mientras los demás nos íbamos de viajes de placer dentro y fuera de España.
El haber sacado adelante a una familia tan numerosa, estando pendiente absolutamente de todo, con una ayuda escasísima debido a las dificultades económicas, fue producto en exclusiva de ella. Su marido, para traer los fondos necesarios con que alimentar tanta boca, comenzaba su trabajo temprano en el INTA, lo continuaba con sus clases colegiales por la tarde, concluyendo a las once de la noche con diferentes grupos de clases particulares en su casa.
Mientras esto sucedía, ¿Quién controlaba a la prole? Bene, y a medida que los mayores crecían, éstos echaban una mano con los más pequeños. Un ejemplo de familia que ha durado hasta la mañana del pasado viernes cuando todos ellos rodeaban a su madre en su definitiva despedida de este mundo.
Este cuidado sin desvelo que han tenido sus hijos para con sus padres, siempre y en cualquier situación, es igualmente digno de reseñar. Todos sin excepción han estado pendientes siempre de sus atenciones y en especial desde que Bene enviudara hace ya más de veintinueve años. Un ejemplo de cuidados especiales, turnándose sin excusa y dispuestos a afrontar cualquier situación por complicada que esta fuera. En estos últimos tres años, que estuvo ingresada en la Fundación Antezana, el esmero realizado por los cuidadores de la misma ha sido extraordinario y todos ellos merecen el mayor de los aplausos por la obra más que bien hecha.
¿Cómo creemos todos los pertenecientes a su familia que ha podido hacer todo esto? Es una pregunta ésta que nos hemos hecho a menudo no encontrando una respuesta definitiva. Existe algo, que también hemos aprendido, y que sin duda creemos que la sostuvo inculcándole una mayor fortaleza a su espíritu, y ha sido su religiosidad y tremenda fe católica que ha tenido desde su más tierna infancia hasta sus últimos momentos. Sin duda de ningún género, practicando con puntualidad y periodicidad inmutables, cumplidora de cuantos ritos y situaciones marcaban sus creencias. Esa fuerza espiritual, con toda seguridad creó en ella una situación de resistencia y firmeza internas, que ha sido capaz de soportar y superar cuantos retos la vida a puesto a su alcance. El premio del cielo, sin duda alguna no solo es merecido, ha sido ganado a pulso durante más de un siglo.
¡Qué bien lo has hecho Bene! ¡Difícil de mejorarlo! Para muchos de nosotros, imposible. Solo nos queda decirte, que allá donde estés, que seguro no será mal sitio y tendrás buenos contactos, échanos una mano a los que aquí quedamos. No podemos ir ya a que nos abronques como era habitual porque no tenemos arreglo, pero es bueno saber que siempre aprendíamos algo, pues tenías si no toda, buena parte de razón.
Descansa en paz. Te lo has ganado a pulso!!!!
















































